Caviedes había nacido en 1849
en Rancagua, asiento de la familia desde la llegada del palenciano Francisco de
Caviedes en 1605, y creció afincado a la explotación agrícola que sus
familiares tenían en la región de Cachapoal. En la década de 1860 su hermana
Sinforosa decidió radicarse en el puerto de Valparaíso para supervisar las
exportaciones de los productos del
agro provenientes de las tierras que poseían. El espíritu inquieto de su
hermano Eloy no se satisfizó con estas operaciones y de manera espontánea
decidió sumarse a El Mercurio en 1864, con un
humilde puesto de tipografo. No pasó mucho tiempo hasta que sus superiores
notaran que el aprendiz estaba dotado de una mente acuciosa, de una audacia
temeraria, y tenía ambiciones literarias que iban más alla de los tediosos
quehaceres de los talleres. Sus talentos de escritor empezaron a revelarse
lentamente a través de cortos ensayos acerca de la mitología aracauna
publicada en la revista ¨Fénix¨de Rancagua, y en una novela titulada ¨Viva
San Juan¨que obtuvo una mención honrosa en un torneo literario celebrado en
1878
Así, al estallar la guerra del
Pacífico, no hubo trepidación por parte de algunos directivos de El Mercurio
de asignar a Eloy T. Caviedes como corresponsal de guerra a bordo de los
buques de la escuadra. Su patrióticas crónicas acerca de las contiendas
bélicas iban a aparecer durante los cuatro años de la guerra, al final de la
cual Caviedes publicó sus memorias en dos volúmenes titulados ¨Cartas de la
Escuadra¨y ¨Cartas del Desierto.¨
¿Cuándo y bajo que
circunstancias iban a cruzarse las vidas de estas dos personalidades? Como lo refiere Roberto
Zegers de la Fuente en la biografía ¨Juan Francisco González. Maestro de la
Pintura Chilena¨(1983), ante la inminencia de una
guerra entre Perú y Chile, González y su amante Rosario de Guzmán de Bosa y
Lillo se embarcaron con destino a Chile en el vapor ¨Lontué¨ a bordo del cual tuvo lugar un fugaz
encuentro entre el pintor y el capitán Arturo Prat, quien había abordado el
navío en Antofagasta. Pocos meses después de la muerte de Prat, Juan
Francisco González pinto de memoria el único retrato del heroe. Después de una estadía de
varios años en La Serena, González continuó viaje hacia Valparaíso lugar en
el cual halló ocupación formal en el liceo de hombres, dirigido en aquel
entonces por el egregio educador y literato Eduardo de la Barra. De estos años
data el detallado óleo ¨La clase de dibujo¨, la primera obra escénica de
González. Aquel liceo que hoy lleva el nombre de su genial rector se halla a
menos de un kilómetro de una casona de estilo mecantil ingles que la señora
Sinforosa Caviedes había hecho construír después de su llegada de Rancagua. Casa señorial
y amplia, aquella residencia tenía en su primer piso más de doce habitaciones
en las cuales residía doña Sinforosa, su hermano Eloy Temistocles, y su madre
doña Rosario de Caviedes. Un departamento anexo al primer piso parece haber
sido arrendado por
Juan Francisco González y Rosario de Guzmán.
Cuando años más tarde , en
1888 el pintor retorna a Valparaíso después de una primera estadía en Europa
y una segunda permanencia en La Serena donde contrajo matrimonio con doña
Filomena Ramírez, su primera esposa, el pintor y su familia halla albergue
nuevamente en la casa de doña Sinforosa Caviedes. El biógrafo Zegers de la
Fuente describe esta casa y las pinturas que allí encontró en los siguientes
términos: “La casa tenía una vista maravillosa hacia el oriente y hacia el
poniente, y en aquellos años del
pintor el panorama debe haber sido más solitario. Desde allí, con seguridad,
Juan Francisco pintó esos notables cuadros de cerros porteños hechos a base
de grandes masas en que la luz anima, confunde y destaca elementos
insospechados. La casa de Quebrada Jaime conservaba, cuando la conocí, dos
retratos de los antiguos dueños y las ventanas y puertas estaban manchadas de
pintura.” El autor de este artículo
aún tiene recuerdos de su infancia en esta casa ubicada al pie del Cerro Mariposa de
Valparaíso, en cuyo amplio comedor presidían los retratos de doña Rosario de
Caviedes y Eloy T. Caviedes, y cuyas numerosas mamparas de vidrio de hallaban
cubiertas por bozetos esquematizados por el maestro. En esta casa vivieron
los descendientes de la familia Caviedes hasta 1950 cuando esta propiedad fue
vendida a extraños los cuales en los años venideros
produjeron su casi total decaímiento. La casa existe todavía existe en la
Subida Teniente Pinto, pero la espléndida vista que se gozaba de la bahía ha
sido arruinada por la construcción posterior de una habitación estrecha y
obtusa.
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Retrato de
Rosario de Caviedes
madre de
E.T. Caviedes, 1890
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Es, por lo tanto, una aserción
no gratuita que durante la estadía de Juan Francisco González en la casa de
los Caviedes el maestro pintó los retratos de doña Rosario y don Eloy a los
cuales se refiere Zegers de la Fuente y que se detallan en este artículo. En
ambos se reconocen los trazos típicos del
período “academicista” del
pintor. El retrato de Eloy es sin duda el más acabado y en el se distingue el
acusioso tratamiento de los ojos, la frente, y la región sub-nasal del rostro. Poco se ha
escrito acerca de la destreza única que Juan Francisco González tenía para
expresar en la representación de los ojos el ánimo profundo del individuo. Una cuidadosa reproducción
de la coloración del iris, la precisa
ubicación del destello luminoso más arriba
de la pupila, y la concentración inquisitiva de la mirada
revelan la destreza innata del
pintor para captar atmósferas interiores y actitudes exteriores. Los ojos en
los retratos de González parecen transmitir el mudo mensaje “desde aquí yo también te observo”
que infunden de respeto a quienes los
contemplan. Las frentes en estos cuadros reflejan con gran detalle las
variaciones del
cutis y las particulares inflexiones de la carne subyacente. En este, como
asi también en otros retratos se nota claramente una tri-dimensionalidad de
la frente creada con sutiles cambios de tonos, un efecto que solo los mejores
maestros retratistas pueden producir. En la región en torno a la boca
denótase, como en otros retratos de varones,
la determinación de la persona expresadas en el poderío del mentón o
en el mutis severo de los labios, muchas veces sombreados por una barba
patriarcal y venerable. Hacia el area del
cuello tiene lugar una transición en la cual los detalles del
rostro se desvanecen en una vaguedad oscura muy demostrativa de las
tendencias impresionistas del
pintor. Como lo que interesa es el rostro, el cuello,
las orejas, e incluso los cabellos se mezclan gradualmente con los colores
generalmente sombríos del
trafondo. Los ojos, la frente y la
barba del retrato de Eloy T. Caviedes exhiben notables coincidencias con otros
retratos realizados por el pintor durante este período, tales como el del
general Orozimbo Barboza en el Museo de Bellas Artes de Santiago, aquel de
Carlos Condell en la Escuela Naval de Valparaíso, o el retrato de un viejo en
museo del Palacio Vergara de Viña del Mar.
Es, por lo tanto, una aserción
no gratuita que durante la estadía de Juan Francisco González en la casa de
los Caviedes el maestro pintó los retratos de doña Rosario y don Eloy a los
cuales se refiere Zegers de la Fuente y que se detallan en este artículo. En
ambos se reconocen los trazos típicos del
período “academicista” del
pintor. El retrato de Eloy es sin duda el más acabado y en el se distingue el
acusioso tratamiento de los ojos, la frente, y la región sub-nasal del rostro. Poco se ha
escrito acerca de la destreza única que Juan Francisco González tenía para
expresar en la representación de los ojos el ánimo profundo del individuo. Una cuidadosa reproducción
de la coloración del iris, la precisa
ubicación del destello luminoso más arriba
de la pupila, y la concentración inquisitiva de la mirada
revelan la destreza innata del
pintor para captar atmósferas interiores y actitudes exteriores. Los ojos en
los retratos de González parecen transmitir el mudo mensaje “desde aquí yo también te observo”
que infunden de respeto a quienes los
contemplan. Las frentes en estos cuadros reflejan con gran detalle las
variaciones del
cutis y las particulares inflexiones de la carne subyacente. En este, como
asi también en otros retratos se nota claramente una tri-dimensionalidad de
la frente creada con sutiles cambios de tonos, un efecto que solo los mejores
maestros retratistas pueden producir. En la región en torno a la boca
denótase, como en otros retratos de varones,
la determinación de la persona expresadas en el poderío del mentón o
en el mutis severo de los labios, muchas veces sombreados por una barba
patriarcal y venerable. Hacia el area del
cuello tiene lugar una transición en la cual los detalles del
rostro se desvanecen en una vaguedad oscura muy demostrativa de las
tendencias impresionistas del
pintor. Como lo que interesa es el rostro, el cuello,
las orejas, e incluso los cabellos se mezclan gradualmente con los colores
generalmente sombríos del
trafondo. Los ojos, la frente y la
barba del retrato de Eloy T. Caviedes exhiben notables coincidencias con otros
retratos realizados por el pintor durante este período, tales como el del
general Orozimbo Barboza en el Museo de Bellas Artes de Santiago, aquel de
Carlos Condell en la Escuela Naval de Valparaíso, o el retrato de un viejo en
museo del Palacio Vergara de Viña del Mar.
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El
periodista Eloy T. Caviedes, 1890
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El cuadro de doña Rosario
es más esquematico y simple en ejecución. Las facciones severas denotan el
ceño de una matrona adusta y algo inexpresiva. Los labios delgados dejan
entrever una frialdad emocional que contrasta con la contenida pasión y la feminidad
sensual que exuden muchos de los retratos de mujeres producidos por el
maestro. Sin embargo, donde resurge la calidad del maestro es en la tonalidad expresiva
de los ojos de esta dama madura.
Estos retratos, como también muchos otros que fueron
pintados en la casa de los Caviedes entre 1886 y 1894, pasaron a la posesión
de doña Eugenia Caviedes de González, hija de don Pedro Caviedes - hermano de
doña Sinforosa y Eloy T. Caviedes - y única descendiente de esta rama de la familia. Don Pedro tenía
un puesto dirigente en el departamento contable de El Mercurio de Valparaíso
durante el primer cuarto del
siglo veinte, obtenido talvez por mediación de su hermano Eloy Temistocles.
Debe haber sido gracias a la interseción de este tío en segundo grado que
Luis Caviedes Sánchez llegó a Valparaíso en 1920 y comenzó a trabajar como junior en el
periódico. Durante los cruentos años de la depresión de los 1930s, se enroló
en la Armada de Chile donde condujo una sobria carrera hasta 1954. Luis Caviedes era el unico hijo varón de
José Ignacio Caviedes, de Codegua, en la Provincia de Rancagua, y en la
condición de ser el único descendiente másculino de los Caviedes en
Valparaíso, a él le fueron legados, por determinación de doña Sinforosa y
doña Eugenia Caviedes, los dos retratos hechos por Juan Francisco González..
Juan Francisco González parece haber mantenido una
relación muy estrecha con los Caviedes de Valparaíso hasta la mitad de la
década del
1890, que es un período muy activo en la creacion histórica de Eloy T.
Caviedes, y de la producción artística de Juan Francisco González
. Hacia 1900 el destino de ambos hombres se separa cuando el pintor se
va a residir a Limache, y después de un viaje al sur del Perú se radica en Santiago. De manera
similar cambia el destino de Eloy T. Caviedes. Cuando Agustín Edwards McClure
decide fundar El Mercurio de Santiago en 1900, invita a Caviedes a unirse a
la nueva empresa como jefe de servicios informativos, ofrecimiento que es
aceptado por el experimentado periodista. Sin embargo las durezas de la vida
en campaña y la febril actividad de Caviedes durante más de cuatro décadas de
periodismo activo han hecho mella en su salud y una aflicción cardiaca
comienza a afectarlo de tal manera que debe acogerse
a un retiro prematuro en 1901. Un año después y en un dia de radiante calor
estival fallece en
Santiago
el 26 de Diciembre de 1902.
No cabe duda que tiempos difíciles
tienden a producir individuos de cualidades excepcionales. A
esta regla se ajustan las vidas paralelas de Eloy T. Caviedes y Juan
Francisco González. Mientras el primero se destaca como un innovador en el género de las
crónicas bélicas de la Guerra del Pacíifico y de los campos de batalla
durante la revolución de 1891, el gran maestro de la pintura
chilena comienza en Valparaíso la época más prolifica e innovadora de su
carrera artística en estos mismo años. Durante este período el pintor
abandona el academismo formal que caracteriza sus primeras obras y adopta un
estilo colorista original, muy criollo y espontáneo, cuya impronta aparece en
sus obras del siglo veinte y se manifiesta en sus discípulos de la Escuela de
Bellas Artes de Santiago. Es una
coincidencia providencial que las vidas de estos dos innovadores se haya
cruzado en aquella casa señorial que todavía existe en la falda del cerro Mariposa.
Por otra parte, si esto los une, hay una gran diferencia ideológica que los
separa. Caviedes no tiene ambajes para
proclamar su adhesión a las fuerzas del parlamentarismo constitucional que
derrocaron a José Manuel Balmaceda, mientras que Juan Francisco González
había sido un admirador de la gestión del trágico presidente y un amigo
personal del General Orozimbo Barboza immolado en los campos de Placilla. Un
sobrio retrato
del militar queda todavía
como
tributo de esta
amistad.
Dentro del ámbito de la prolifica producción pictórica
de Juan Francisco González y de los diferentes ambientes en que se desplegó
su actividad artistica, este artículo que tiene como
principal propósito revelar los contactos hasta ahora desconocidos entre
estos dos personajes del Valparaíso de fines del 1800.
Cesar N. Caviedes, es profesor
de la Universidad de Florida. Nació en Valparaíso y estudió en la Universidad
Católica de Valparaíso en donde fue también profesor. Después de haber
obtenido un título doctoral en la Universidad de Freiburg, en Alemania,
desempeñó actividades académicas en Milwaukee, Saskatchewan (Canadá), y en
Florida. Es considerado
como una autoridad
mundial en el estudio
del
fenómeno de El Niño.
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Orilla de
lago, oleo de 1887
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